viernes, 23 de octubre de 2009

Noche de tormenta



      La lluvia arreciaba, esa noche de octubre. Por la tarde se había anunciado la tormenta a través del aire un tanto denso y la brisa caliente. Sonreí, ante   la vecina que se quejaba del calor, ya que en verdad no tengo problemas con el clima. y si se anuncia una tormenta,  espero con avidez el momento de disfrutarla.
      La tarde transcurrió, soleada y cargada de presagios tormentosos. Ya sobre el crepúsculo, un viento un poco más fuerte acompañó ese momento en que el sol se retira a sus tornasolados aposentos y abre paso a su amada navegante de la noche. Sólo que esta vez la dama de plata fue cubierta por una compacta y uniforme nube oscura.
      De pronto en perfecta simultaneidad el viento y la lluvia se desataron estrepitosamente, los árboles comenzaron una danza furiosa, las cortinas sacaron sus brazos por las ventanas aún abiertas para saludarlos, cerré los cristales que comenzaron a tamborilear participando del viejo ritual.
       Serví una taza de café y con ella me dirigí a la puerta-balcón a disfrutar del espectáculo. Todo me parecía perfecto, la lluvia, el viento, la tonalidad azul que los relámpagos daban a los árboles, el aroma y el sabor del café. Era entrada la noche y nadie transitaba la calle, sólo algún automóvil que rompía la perfecta armonía.
       A la luz de un relámpago pude ver un bulto, en la vereda, más allá del parque que me separa de la acera, focalicé la mirada y con la ayuda de otro relámpago divisé a un niño acurrucado contra la pared, rodeando con los brazos sus piernas flexionadas.
       Bajé corriendo, sin un abrigo ni elemento alguno que me protegiera. Apenas salir del edificio sentí el azote frío del viento, mis cabellos chorreaban, el vestido liviano empapado se apretaba al cuerpo y mis sandalias amenazaban provocar una caída; de modo que las dejé en medio del camino.
       Era un niño de unos cinco años,  su cuerpo mojado  tiritaba y sus dientes sonaban en un entrechocarse incesante. Sin inquirir nada lo tomé en mis brazos, ya habría tiempo cuando estuviera abrigado y bebiendo leche caliente. Comencé el regreso a casa con mi preciada carga, tratando de proteger con mi cuerpo y mis brazos ese temblor de carne y huesos.
       Subí con dificultad los dos pisos hasta mi departamento.
       Ya en él, al separalo un poco de mi cuerpo para dejarlo sobre el sillón, mi estupor fue indescriptible, aterida como estaba, un intenso calor comenzó a invadirme. Comencé a llorar y reir parada inmóvil sobre el charco formado en el piso.
        En mis brazos, desnudo, sonriente y con flores en sus manos, se encontraba un ángel. Fue sólo un momento. Rozó mi piel con una de sus alas y con su mirada el alma, me entregó las flores y voló atravesando los cristales.
        Un rayo hizo temblar la tierra.
                                                                                                                                 Julia Cerles


      
                                                                                        

5 comentarios:

  1. Querida Julia, te felicito por tu nuevo blog.
    Me ha parecido ¡¡Maravilloso!! y en especial, muy en fresco, y recién vivido....Puedo percibir hasta los puntos y las comas de éste relato.
    ¡¡¡Me encantó!!
    Y como siempre, tu forma tan especial de describir las cosas.
    Un beso muuuuuy grandeeeeee.
    Susana.

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  2. Hermoso cuento Julia,
    nada menos que un ángel....
    Muy lindo blog.
    Abrazos
    Ester-Colibrí

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  3. Es muy hermoso Julia, me ha hecho sentir un nudo en la garganta.
    Hola julia, vengo en visita de cortesía a devolverte tu paseo y comentario en mí blog.
    Vendré mas despacio y leeré todo lo que tienes escrito, lo prometo.
    Un sincero abrazo. Juan Francisco.

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  4. Muy lindo me encanto. Al leerte casi podía sentir la lluvia que manera de transmitir emociones!!

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  5. Este seria mi sueño hecho realidad Hermoso

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