martes, 3 de noviembre de 2009

UN DIA DISTINTO





    Lucas despertó eufórico. Saltó, prácticamente sobre las pantuflas. Se acercó a la ventana y observó a través de los cristales. La mañana se anunciaba luminosa, el sol se abría paso, perezoso, entre el residuo nebuloso de la noche.

   Cuando su madre entró a la habitación, resignada al esfuerzo que a diario realizaba para sacarlo de la tibieza de su cama, quedó atónita ante el lecho vacío y el sonido del agua que manaba de la ducha, mezclado al canturreo discontinuo de una canción de moda. Se pellizcó las mejillas y con un gesto de incredulidad se dirigió a la cocina.

   Poco después, vestido con ropas deportivas y cargando su mochila, Lucas atravesó la puerta, aspirando exageradamente el olor a café y tostadas que inundaba el aire. Alegremente abrazó a su madre que aún no salía de su asombro.

   Desayunó frugalmente, pero con entusiasmo. Esa mañana era otro el sabor de la mantequilla sobre las tostadas crujientes, más intenso el aroma del café con leche y el ácido dulce del jugo de naranjas recién exprimidas,

   Tomó su mochila, en la que había colocado toalla, jabón, desodorante... Besó repetidamente las mejillas de su madre al tiempo que le hacía cosquillas, sin hacer caso a sus quejas mezcladas con su risa cantarina entrecortada por las contorsiones de su cuerpo.

   Salió a la calle en dirección al gimnasio, el aire, agradablemente fresco, acarició su rostro y entró a sus pulmones regalándole nueva energía.

   Con paso acompasado acortaba distancias mientras tarareaba la canción comenzada bajo la ducha matinal y planificaba ese día glorioso.

   No podía apartar de su mente el motivo de este estallido de alegría. Como una visión, aparecía el hermoso rostro de Melisa enmarcado por largos y ondulantes cabellos, como si la noche se hubiese derramado sobre ellos, y en el cual un par de estrellas castañas refulgían.

   Melisa había aceptado acompañarlo a dar un paseo al salir del gimnasio. Caminarían por Puerto Madero, llegarían a la Reserva Ecológica, la vería conmoverse ante las bellezas naturales. Finalmente, sentados frente al río, saboreando un helado... ¡Le pediría que fuera su novia!

   Ya estaba a media cuadra del gimnasio, sólo faltaba el cruce de una calle y caminar unos pocos metros. Se detuvo en espera del cambio de luz del semáforo.

   Con un ágil salto sorteó la hendidura barrosa que se extendía frente a él y cayó de pie al otro lado, con un crujir de ramas secas quebradas bajo el peso de su cuerpo. Sintió el frío bajo su gruesa camisa de lana, de modo que abrió su alforja, sacó la cazadora y enfundó en ella su cuerpo. Apuró el paso, la tarde entraba en agonía y bajo los tupidos árboles, pronto la oscuridad sería densa y peligrosa. A poco andar divisó su cabaña en el claro del bosque, sobre ella, el sol moribundo ponía destellos rojizos y sombras multiformes.

  
Entró a la rústica pero acogedora vivienda, colgó el rifle al costado de la puerta, apoyó sobre un caballete las pieles obtenidas, y la alforja sobre el suelo. Encendió el candil y los leños ya dispuestos en la salamandra y sobre ella colocó el tosco recipiente ennegrecido repleto de fragante café. Se quitó la cazadora y la arrojó sobre un taburete de maderas cruzadas y asiento de piel de jabalí. Se sentó por un momento sobre el camastro y, apoyados los codos en las piernas y el mentón en las manos, contempló con tristeza la pila de pieles. “Pronto podré dejar esta cruel forma de ganarme la vida”- se consoló Lucas- se sentía culpable por las vidas indefensas que día a día tronchaba en busca de su sustento.

   Así reflexionando se incorporó y se dirigió al sótano en busca de pan, queso y un poco de vino. Candil en mano anduvo el corto trecho que lo separaba de la improvisada escalera de troncos.. Comenzó a descender cuidadosamente. Se sorprendió ante un extraño murmullo como de agua en movimiento, que se agudizaba a medida que descendía.

   Efectivamente, al pie de la escalera corría un río rumoroso, y amarrado al último tronco había un pequeño bote. Su primer impulso fue regresar a la seguridad de su cabaña, al día siguiente se ocuparía de conseguir nuevas provisiones, por esta noche seria suficiente con el reconfortante café y el sueño reparador.

   Sin embargo su natural curiosidad y la convicción de que el sueño no llegaría, hicieron que se precipitara al bote y comenzara a bogar. La débil luz de su candil apenas disipaba, en las cercanías del bote, la oscuridad de ese río sin cielo.

   Al dar vuelta un meandro, divisa, a corta distancia, un círculo de luz purísima. Remando con todas sus fuerzas acelera la marcha. Ya en el límite entre la oscuridad y la claridad intensísimas, siente una extraña sensación, como si su cuerpo perdiera peso. De inmediato, sale impulsado hacia arriba, como atraído por una poderosa fuerza hacia el espacio y ve como candil y bote, se precipitan al vacío dando volteretas en el aire.

      Excitado por la cercanía del encuentro, Lucas cruzó la calle y como si tuviera alas llegó al gimnasio. No bien entrar vio a Melisa, disponiéndose para la rutina del día. Se dirigió hacia ella esbozando una amplia sonrisa. Ya frente a frente pudo ver sus mejillas encendidas y el brillo nuevo de sus ojos castaños. El corazón de Lucas aceleró su latido.

    De pronto Melisa estalló en una sonora carcajada. Lucas azorado, siguió su mirada clavada en sus pies...   ¡Enfundados en raras botas de piel gastada y alta caña sobre su pantalón deportivo de algodón!

Julia Cerles

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